Anel Flores Cruz

¿Y si él me hubiera visto antes de lanzarse al tren? Tal vez yo podría adivinar la tristeza hendida en sus ojos. O tal vez no. Y si acaso hubiera adivinado su intención, ¿sería capaz de decirle que hay vida afuera de la estación del metro? Él me abrazaría, me agradecería el gesto y saldría para darse cuenta que miento. Nunca he confiado en mi habilidad para alentar almas en desastre hacia un cómodo optimismo. Tal vez sería peor, pensaría que soy la mujer ramplona venida de un curso exprés donde se decreta con dolor una falsa felicidad, que nadie tiene, que nadie nunca tendrá. Me sacudiría con sus brazos primero y después me jalaría con él a las vías del tren, nos destriparían juntos, sería la víctima de un suicida pendejo, nadie se enteraría que mi muerte fue una muerte ridícula. Dirían que debido a mis tendencias antisociales formaba parte de una secta, por ello el suicidio colectivo, o que era mi amante de ocasión, me juzgarían, hablarían de mi gusto por los hombres feos, no es así, pero él sí era feo y mucho menor que yo… o tal vez dirían que “seguramente se habían metido algo”, eso que dice la gente que ignora la condición humana.

¿Y si en vez de pretender adivinar las intenciones del hombre, hubiera mirado fijamente los faros del tren y al mismo tiempo advertir el movimiento deambulante del suicida? Podría avisar con mis manos al conductor que se detuviera y entonces el hombre sabría que hubo alguien en este mundo que impidió su muerte, de este modo confiaría en la humanidad. No, eso sería peor.

¿Y si mejor ese día hubiera decidido no salir de la cama como era mi deseo?

Tal vez no hubiera pensado que vivir en la ciudad de México me generaba ansiedad y entonces ahora seguiría viviendo allí, tendría otra vida, o quizás no.